Texto de partida
El cuento del sepulturero (1919)
Lastenia Larriva
—¿La muerte es un bien?
—¿La muerte es un mal?
—La muerte es el peor de los males.
—¿Para quién? ¿Para el que muere? ¿Para los que sobreviven?
—Para el que deja por siempre esta vida, que por mucho que en contra de ella se diga es siempre amable.
—Para los que aquí se quedan, si el que ha muerto era muy amado de ellos.
—De la muerte del ser más querido se consuelan todos, más pronto o más tarde.
—Es sabia ley de la naturaleza.
—Sin embargo, se dan casos...
—Cuando existe o sobreviene un desequilibrio mental, las personas de cerebro bien organizado se consuelan siempre.
—¿Es eso un elogio o un reproche?
—Ni una ni otra cosa. Es simplemente hacer constar un hecho.
—¿No cree usted que hay muchas personas que desearían ardientemente que resucitaran sus deudos, a ser esto posible?
—No, no lo creo.
—¡Escéptico!
—¡Este hombre es terrible!
—Desengáñense ustedes: bien están los muertos en sus tumbas.
—¿Se ha muerto usted alguna vez?
—Todavía no, pero para cuando llegue el caso no quiero resucitar. Afortunadamente no anda ya Nuestro Señor por el mundo, pues no desearía ser un nuevo Lázaro.
—Porque no es usted casado...
—Porque no tiene usted hijos...
—Porque no tiene usted madre...
—Porque no tengo madre: eso es. Solo los que tienen madre pueden volver a la vida con la esperanza de ser bien recibidos.
—Según eso, ¿no cree usted en el amor de los hermanos, ni en el de los hijos, ni en el de las esposas, más allá de la tumba?
—En lo que no creo es en el deseo sincero y ardiente de los vivos, de que vuelvan los que les dieron su eterna despedida, sobre todo, pasados los primeros días de agudo dolor. Y aun me atrevo a afirmar una cosa, y es que si los muertos resucitados no serían bien recibidos, deberíase esto no sólo a la falta de amor de sus deudos, sino, en muchos casos, a la falta de merecimientos de aquéllos.
—Sí, tratándose de los malos...
—Y también de los que pasaron por buenos, de los muy llorados...
—¡Hombre!, pero si han sido muy llorados... A menos que después de llorar una mujer a su marido, por ejemplo, venga a notar los defectos de que adolecía.
—Exactamente.
—Sin embargo, lo que por lo general se observa es que se elogia a todos los muertos hasta la exageración.
—Signo de cobardía social; de la debilidad humana, en general. Además, por malos que hayan sido con nosotros los que ya no existen, puesto que la muerte nos vengó de ellos, ya nada nos cuesta el elogiarlos. ¡Si a tan poca costa nos hubiéramos de librar de todos nuestros enemigos, no se cansaría nuestra lengua de cantar sus alabanzas en hiperbólicas necrologías! Y a propósito, sé un cuentecillo.
—¡Pues a contarlo, a contarlo!
—Escuchadme.
Todos los que de sobremesa sostenían esta conversación filosófico-psicológica y que habían escuchado con creciente interés a aquél de ellos, que con sus apreciaciones daba muestra de mayor pesimismo, le miraron con curiosidad, y se le aproximaron, dispuestos a no perder una sílaba del relato que ya parecía palpitar en sus labios.
Él, sin disimular esa satisfacción que produce siempre en el ánimo del que habla tener atento auditorio, comenzó así:
Trecho retirado do livro "Obras completas. Tomo II. Cuentos. Lima: Imprenta del Estado Mayor General del Ejército. 1919."
Texto de chegada
O conto do coveiro (1919)
Lastenia Larriva | Tradução de Taís G.
— A morte é um bem?
— A morte é um mal?
— A morte é o pior dos males.
— Para quem? Para quem morre? Para os que sobrevivem?
— Para quem deixa para sempre esta vida, que, por mais que se maldiga, é sempre amável.
— Para os que aqui ficam, se o morto era muito amado.
— Da morte dos entes queridos, todos se consolarão, mais cedo ou mais tarde.
— É sábia lei da natureza.
— No entanto, há casos em que...
— Quando existe ou acontece um desequilíbrio mental, as pessoas de cérebro bem-organizado sempre encontram consolo.
— Isso é um elogio ou uma crítica?
— Nem uma coisa nem outra. É a simples constatação de um fato.
— Não acha que muitas pessoas desejariam ardentemente poder ressuscitar seus finados, se assim possível fosse?
— Não, não acho.
— Cético!
— Este homem é terrível!
— Desiludam-se, os mortos estão bem em seus túmulos.
— O senhor já morreu alguma vez?
— Ainda não, mas, quando chegar a hora, não quero ressuscitar. Felizmente, Nosso Senhor já não anda por este mundo, pois não desejaria ser um novo Lázaro.
— Porque não é casado...
— Porque não tem filhos...
— Porque não tem mãe...
— Porque não tenho mãe, é isso. Apenas os que têm mãe podem voltar à vida com a esperança de serem bem recebidos.
— Então, não acredita no amor dos irmãos, nem no dos filhos, nem no das esposas, além-túmulo?
— Não acredito é no desejo sincero e ardente dos vivos de rever aqueles de quem já se despediram eternamente, principalmente, passados os primeiros dias de dor intensa. E ainda me atrevo a afirmar que, se os mortos ressuscitados não são bem recebidos, isso se deve não só à falta de amor de seus enlutados, mas, em muitos casos, à falta de merecimento daqueles.
— Sim, quando falamos dos maus...
— E também dos que foram bons, por quem muito se chorou...
— Homem, mas se inspiraram tantas lágrimas...! A não ser que, depois de chorar uma mulher por seu marido, por exemplo, tenha ela notado os defeitos dos quais padecia.
— Exatamente.
— No entanto, o que geralmente se observa é que todos os mortos são elogiados com exagero.
— Sinal de covardia social, de debilidade humana, no geral. Além disso, por piores que tenham sido conosco os que já não existem, tendo a morte nos vingado, não nos custa nada elogiá-los. Se tão pouco nos custasse nos livrar de todos nossos inimigos, nossas línguas não se cansariam de cantar louvores em obituários hiperbólicos! Por falar nisso, sei de um pequeno conto.
— Pois conte, conte!
— Ouçam.
Todos os que à mesa se inclinavam a esta conversa filosófico-psicológica e que escutavam com crescente interesse aquele, que com suas apreciações demonstrava maior pessimismo, olharam-no com curiosidade e se aproximaram, dispostos a não perder nem uma sílaba sequer daquele relato que já parecia palpitar em seus lábios.
Ele, sem disfarçar a satisfação que sempre se produz no espírito daquele que fala para um auditório atento, começou assim:
Para acessar a tradução completa, escreva para: info@taisguerra.com